En la actualidad existen dos problemas que dan rienda suelta al precario estado político, económico y social en que se encuentra el mundo: La ignorancia de la gran mayoría de sus habitantes y la naturaleza vil de las acciones provechosas para quienes se aprovechan de tal ignorancia, que son mejor conocidos como los manipuladores.
La ignorancia es uno de los principales lastres del espíritu humano: nubla a través de la saciedad intelectual, el conformismo ante lo superficial, e impide ver más allá de lo obvio, y en muchas ocasionas hasta adecua, sin suficiente coherencia, tal obviedad a los problemas verdaderamente trascendentales. Impide desarrollar de manera plena el intelecto y vuelve sedentaria la actividad de conocer, y tales condiciones imposibilitan a que se consiga la verdadera libertad interior, digna de cada persona: dirigir la vida de manera consciente y racional hacia un valor de vida enriquecedor.
El manipulador busca y depende en gran parte de tal ignorancia para llevar a cabo sus cometidos maquiavélicos. Nadie puede dominar a través del engaño a una persona verdaderamente libre de espíritu, porque esta reconoce la opresión en todas sus formas y matices, y precisamente por ser libre cuenta con las herramientas necesarias para derrumbar cualquier acto de manipulación en su contra. Es por eso que quien manipula, quien maneja indignamente a las personas, busca volver el pensamiento de sus víctimas en uno dedicado a la superficialidad y el rechazo hacia el pensamiento profundo, para así dejarlo indefenso ante sus artimañas.
Y en un mundo donde muchos de sus males se deben a las acciones de los hombres en sí mismos, quienes se manipulan deliberadamente entre ellos para conseguir fines completamente egoístas, sin importar a cuantas personas maltrate en el proceso, la única manera de salvaguardar el bien a través de hombres verdaderamente libres, capaces de pensar con rigor y suma atención y con la disposición de difundir e influenciar en los demás tal modo de conocimiento.
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