Hoy en día se tiene como premisa máxima la idea de que las acciones de uno deben ser completamente libres de cualquier influencia externa o compromiso para ser verdaderamente intrépidas y valiosas. En tal forma de pensamiento se alzan dos convicciones erróneas y lamentablemente popularizadas: La primera es que la libertad es un don concedido sólo a quienes actúan exclusivamente según sus convicciones personales y egoístas, cuando, por el contrario, ser verdaderamente “libre” requiere necesariamente la intervención de por lo menos un factor indispensable: la influencia del otro en el conocimiento; La segunda es que el valor de una acción consiste en cuanta ausencia de compromiso o influencia externa tienen al momento de ser concebidas como verbo en la realidad, lo que es también a su vez otra idea equívoca debido a que el valor de una acción reside principalmente de cuanto lo enriquece a uno y, lo que es más importante, de qué forma lo hace.
Considerando ambas correcciones, se puede decir que para actuar libremente hay que tener como valor indispensable el ideal de unidad con el otro. Cuando una persona crea verdaderos vínculos intelectuales con alguien más, necesariamente crea una comunión unitaria en la que se comparte nuevos modos de ser creativos con la realidad, y como el ejercicio de la creatividad es propiamente una de las principales expresiones de la libertad, estamos encaminados a alcanzar debidamente la verdadera libertad interior, mucho mayor al mero libre albedrío con que es confundida. En el momento que tal compartir se embauca y manifiesta debido a un ideal verdaderamente valioso, seguido en conjunto por todos los participantes, se puede decir que se ejerce con propiedad tal libertad interior: somos capaces de elegir en virtud de un ideal sumamente valioso.
El manipulador, al estar consciente de la solidez y la impresionante fuerza de tal unión, necesita corromper tal estructura personal a través de un asedio interior que ablande las fundaciones de la misma. Tal ataque es propiamente conocido como la experiencia de vértigo: Un éxtasis emocional tan grande que vacía todo contenido de valor intelectual en uno, para que luego, en cuestión de momentos, se abrume y decepcione ante el enorme abismo interno que deja tal experiencia. Senda maniobra busca crear una sensación de saciedad tan grande en las personas que reemplaza la verdadera plenitud personal que otorga las experiencias de encuentro, sensación que se puede dar a través de un prescindir de la razón con artimañas como fomentar el pensamiento superficial, el rechazo hacia el buen pensador o la publicidad de actitudes hedonistas, que pueden llevar, y de manera muy efectiva, a la auto demolición de un espíritu sin un gran ideal a seguir; ideal que muy probablemente sólo puede ser descubierto a través del encuentro con otros.
Por eso es importante no guiarse ni dejarse seducir por la apariencia que pueda ofrecer otra persona de sí misma para seguirlo incondicionalmente; por el contrario: es deber buscar ser convencido por el camino que señalan sus decisiones y el valor de las ideas que expresa, es decir, hacia que gran ideal apuntan sus acciones. Después de todo, el verdadero amor sólo se consigue a través de la realización de todas las posibilidades creativas que le puede aportar una persona con la misma orientación personal de uno; cuando la mirada común apunta hacia algo que se sabe que es muy valioso.
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